Para
algunos es un escándalo que Dios haya decidido hacerse humano, que naciera en
un establo entre animales, desprovisto de todo bienestar material. Pero ese es
nuestro Dios. En su libro: “Dejar a Dios ser Dios”, el padre Carlos G. Valles,
sacerdote Jesuita, escribe: “Dime como concibes a Dios, cómo lo llamas, cómo le
rezas, cómo te lo imaginas cuando le hablas, cómo interpretas sus mandamientos
y reaccionas cuando los quebrantas; dime qué esperas de él en esta vida y en la
otra, qué sabes de él y has leído de él…, dime todo eso y me habrás contado la
biografía de tu alma. La idea que una persona tiene de Dios es el compendio de
su propia vida”.
El
evangelio de este domingo nos narra el encuentro de tres reyes magos con el
Niño Jesús. ¿Cómo se enteraron de su nacimiento? ¿Cómo lograron reconocer que
aquél Niño, en apariencia igual a cualquier niño, era el Hijo de Dios? Esto fue
obra de Dios en aquellos hombres, pues “el deseo de Dios está inscrito en el
corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y
Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y solo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de
buscar” (Catecismo de la Iglesia Católica, 27).
Es
necesario dejar a Dios ser Dios, es decir, redescubrir su presencia en la
naturaleza que El ha creado, pero especialmente en cada persona: niño, niña,
jóvenes, hombres y mujeres, “pues El mismo, el Hijo de Dios, con su encarnación,
se ha unido, en cierto modo, con todo ser humano. Trabajó con manos de hombre, obró
con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María,
se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en
el pecado” (Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual, 22).
El Niño
a quien los pastores visitan en aquel pesebre, continúa presente entre nosotros
de manera silenciosa en cada uno de los sacramentos, pero de manera muy
especial en la Santísima Eucaristía, que El mismo instituyó para alimentarnos
en nuestro caminar por este mundo. Hace falta que también redescubramos su
presencia en la Biblia que es su Palabra.
Al
comenzar el año 2015, una buena meta a nivel personal, familiar, y parroquial, sería
proponernos redescubrir a Dios en nuestra propia vida. Que podamos decir, como
San Agustín: “Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te
buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú
creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo”.
Fr.
Marco.
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